DÍA 1: DEL MEJILLÓN DE MOLLY A LA MANZANA DEL HUDSON.

20-7-2012




En esta ocasión mi pequeña historia empieza en un vagón cualquiera de un tren con destino al aeropuerto...


Cruzar un océano en aeroplano es siempre una cuestión tan tediosa como necesaria, pues mucho me temo que hacerlo en barco ha de ser realmente exasperante.  Si además eres fan acérrimo del “low cost” o cuanto menos de la lucha por el menor precio y máxima diversión posible para un mismo trayecto, entonces tienes aseguradas una o varias escalas de vuelo

 
La manera más barata de cruzar el Océano Atlántico suele ser volar en primer término a New York aprovechando que es un “Hub” aéreo mundial con conexiones permanentes consolidadas. Y la forma más económica de llegar allí actualmente es aprovechar la simbiosis irlandeso-americana que provoca casi un puente aéreo de adoradores de San Patricio que van y vienen con sus bufandas verdes. En definitiva y aquí lo dejo, que después de despegar de Barcelona, la primera de muchas paradas de esta aventura consistió en pasar unas horas en Dublín, que no siendo un destino turístico espectacular (y menos aún cuando ya la conoces gracias a San Ryanair), bien que vale al menos un rato de autobús para luego estirar las piernas antes del vuelo transoceánico paseando un rato por los pubs del Temple Bar o para volver a saludar a Molly Malone, la tendera callejera que de día vendía berberechos y mejillones, y de noche era su propio cuerpo lo que vendía, y cuyo fantasma por cierto vaga todavía de noche por las calles de Dublín desde que murió de fiebre voraz en su puesto callejero, justo donde hoy se erige una bella estatua.

Molly Malone con un escote más que generoso.



El legendario Temple Bar que da nombre a toda la zona de copas.


"Vidrio"




El Spire de O´Connell Street, con 120 metros de altura es la escultura más alta del mundo.


O'Connell y el Spire al fondo.


El Trinity College, la famosa Universidad de Dublin.


Grafton Street, el siempre animado eje comercial.



El Dublin Castle.


Dawson Street con St. Ann´s Church al fondo.


Riverdance, el espectáculo de la curiosa danza irlandesa.




Por la tarde, ya de nuevo en la caja de zapatos voladora, el próximo destino era otro viejo conocido: New York, el ombligo del mundo. 



NEW YORK STATE (1)

Aquello que consideramos nuestra propia cultura es en realidad una interminable sucesión de imágenes y sensaciones grabadas en la memoria a lo largo de nuestra existencia, sucediendo que si hubiera manera de determinar un porcentaje sobre cuánto de New York conocen aquellos que nunca han estado aquí, sería extraordinariamente elevado pues no en balde décadas de cultura cinematográfica y televisiva provocan que en cualquier parte de la ciudad que pongas el pie sientas enseguida un “deja vu” creyendo que ya has estado antes allí.

Poco imaginaban los pobres Indios Lenape el mal negocio que hacían cuando vendieron la isla de Manhattan  por unos abalorios de cristal a los holandeses que la llamaron Nueva Amsterdam. Más tarde, los británicos la conquistarían y le darían su nombre actual a ésta urbe que con los años se ganaría merecidamente el apellido de ciudad de los rascacielos, llegando a ser la puerta de entrada a los Estados Unidos de miles de inmigrantes, sobretodo irlandeses, a quienes llorosos y emocionados se les caía de las manos la maleta de cartón cuando por fin remontaban la desembocadura del Hudson y, antes de ser confinados y evaluados médicamente en Elis Island, podían al menos observar la imponente Estatua de la Libertad. Años después, no sólo italianos y chinos, sino también una legión de afroamericanos y centroamericanos, tomarían el mismo destino tatuando la idiosincrasia de la ciudad en Little Italy, Chinatown o Harlem y contribuyendo así a convertir la mega urbe en la más cosmopolita del Globo, cualidad fácilmente constatable durante mi paseo nocturno por Little Italy


Marcador diario de mis zapatos: Aproximadamente unos 10 km (5 + 5) hoy.

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